Siempre fuiste tú by Alejandra Rodríguez

Siempre fuiste tú by Alejandra Rodríguez

autor:Alejandra Rodríguez
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2017-06-28T22:00:00+00:00


29

La luz que no puedes ver

La luna era llena esta noche y yo seguía sintiéndome completa por dentro.

No había vuelto a recibir noticias de Iván durante el día y mucho menos me desesperaba por ello.

Había pedido que me trajeran la cena a la habitación y Jose había hecho que me trajesen lo mejor de la carta. Era lo que tenía ser simpática con el resto del mundo, que los demás eran simpáticos contigo.

Abrí la tapa metálica de la bandeja y descubrí un chuletón del tamaño de Burgos, a lo que se le sumaba una botella de vino blanco, papas fritas y un pedazo de tarta de tres chocolates que yo ya me estaba comiendo con la mirada.

Enseguida cogí el teléfono fijo de la habitación y marqué la extensión que pertenecía a la recepción.

—Recepción, buenas noches.

— ¿Jose? Soy Alicia.

— ¡Cariño! ¿Qué tal tu cena?

—Si no fueras gay me revolcaría contigo, en serio. Te adoro.

— ¡Tonta! Disfruta a mi salud, reina.

— ¡Eso haré! Un besazo cariño y mil gracias.

—Buenas noches, le atiendo enseguida, deme un segundo por favor… Cariño, tengo que dejarte, tengo trabajo. Un besazo.

Colgué después de escucharlo reír al otro lado del teléfono.

Comencé a cenar mientras observaba cómo la luz de la luna iluminaba la mar.

Me pregunté qué haría el resto del mar si la luna no lo iluminaba ¿Se sabría que allí habría mar si éste estaba completamente a oscuras?

Supongo que, en la oscuridad, también pueden esconderse cosas maravillosas, que todo tiene luz, aunque no podamos verla.

El chuletón estaba espectacular, por lo que dejé a un lado mis pensamientos existenciales y disfruté de cada trozo de carne que me introducía en la boca.

El vino estaba frío, tanto, que consiguió aplacar parte del calor que sentía dentro, aunque luego encendió otros tantos rincones.

Un par de golpes sonaron al otro lado de la puerta y yo, automáticamente, dejé de masticar.

— ¿Sí?

—Servicio de habitaciones. —dijo una voz extraña.

¿Otra vez?

Eché a un lado la bandeja, me levanté de la cama y me dirigí a abrir la puerta con lo puesto, que no era mucho.

Tenía un sujetador negro de encaje y un tanga a juego, así que cogí el albornoz y me lo puse por encima antes de abrir la puerta.

Mi shock fue bastante notable y no porque me desagradase la visita, sino porque no me la esperaba en absoluto.

—Qué ligerita te veo… —sonrió con malicia.

Qué guapo era y cuántas ganas de sexo tenía yo esta noche.

—Bueno… hace calor y ¿Qué demonios? Me apetece lucirme.

—Estás preciosa, aunque supongo que eso no hace falta que te lo diga.

—Claro que hace falta… ¿Ves? Ahora me siento más guapa todavía. —reí y él también.

— ¿Puedo pasar? —preguntó mientras se pasaba la mano por el pelo.

—Claro.

Abrí la puerta del todo y él entró sin pensárselo dos veces. Cerré cuando estuvo dentro.

— ¿Interrumpo tu cena?

—La verdad es que sí, pero no pasa nada, espera. —até mi albornoz y cogí el teléfono fijo. Jose sonó al otro lado. —Cielo ¿Puedes mandarme otro menú como el mío? Tengo visita…

—Ya va para



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